Columna | Colombia y Nicaragua después de Leyva – por Mateo Córdoba Cardenas

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Por Mateo Córdoba Cardenas

Sociólogo especialista en estudios afrocaribeños

Coordinador de Saltwatta Roots en Franz Weber y Vivamos Humanos

La cantidad de veces que Colombia y Nicaragua han reconocido la urgencia de sentarse a cerrar la página de La Haya es inversamente proporcional con lo poco que han avanzado en casi un año. El 29 de enero debió adelantarse en Managua una agenda de trabajo entre la Cancillería colombiana y las autoridades nicaragüenses con el fin de preparar un cronograma de diálogos. Sin embargo, unos días antes la procuraduría suspendió a Álvaro Leyva y la agenda volvió al punto cero.

 

Parece que para ambos países no hay prisa en sentarse a hablar, no sólo para lograr un nuevo tratado de límites, sino sobre asuntos de primer nivel como el ordenamiento pesquero en la zona que fue objeto del litigio, o el nuevo marco de administración ambiental de la Reserva de Biosfera Seaflower que hace ya 12 años quedó partida por la mitad. Durante la interinidad de Luis Gilberto Murillo en la Cancillería colombiana no hubo novedades en torno a esta agenda, como si el cronograma de trabajo que habían perfilado ambos países se hubiera diluido en la ausencia de Leyva.

 

Ahora, que ya todo indica que Murillo seguirá a la cabeza de la Cancillería, es buen momento para que haga presencia en San Andrés y Providencia y, junto al pueblo Raizal, construya la estrategia del acercamiento con Nicaragua, respondiendo al compromiso hecho por el mismísimo presidente Gustavo Petro. Además, Murillo puede encontrar en la vicecanciller Elizabeth Taylor una gran guía para lo que venga con el vecino país, no sólo porque es una mujer raizal con plena conciencia de las amenazas que se ciernen sobre sus islas, sino por haber trabajado ya en años anteriores para blindar a los ecosistemas y la cultura marítima raizal ante el desmembramiento de sus zonas de navegación y pesca.

 

Puede ser una buena señal que la Cancillería ya le haya recibido las credenciales al nuevo embajador de Nicaragua en Colombia, Harold Delgado. Con la embajadora saliente, Milagros Urbina, no se avanzó en absolutamente nada, así que ojalá el cambio acelere los resultados. No hay razones para retrasar más la oficialización del diálogo.

 

El mejor legado que le puede dejar el gobierno Petro al pueblo Raizal es una estrategia andando de acercamiento con sus hermanos creoles de Nicaragua, a la par que da los primeros pasos hacia la gobernanza regional del Caribe Suroccidental en donde más de seis países pescan, pero sólo Colombia protege. Sería inadmisible que Colombia llegue a la COP16 de Biodiversidad en Cali a decirle al mundo que aún no hay planes para blindar los ecosistemas del tercer sistema coralino más grande del mundo. Al presidente no hay que convencerlo de la vulnerabilidad climática de las islas y el riesgo que enfrentan los isleños si todo sigue igual. Él lo sabe y tiene que poner a su gabinete y a su embajador en Managua a apurar el paso para no perder el impulso. Definir los temas y los tiempos del diálogo puede ser una primera señal, entregando a los raizales el protagonismo que Colombia espera tener en esa mesa.

 

El tiempo de los aviones de guerra sobrevolando el archipiélago ya pasó. La sobreactuación patriótica en las islas agotó completamente su sentido cuando se cerró el último capítulo en La Haya. Ahora se necesita una iniciativa que no va a llegar por el lado nicaragüense y en la Cancillería lo saben. La pesca artesanal y la estabilidad ecológica de las islas están en una carrera contra el tiempo. Y si definitivamente el reloj de la diplomacia no se va a ajustar a esa urgencia, que le den vía libre a los raizales que –ante la timidez de los encorbatados de Bogotá– ya en varias ocasiones han mostrado mejores resultados acercándose a Nicaragua.

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