Columna | Yo, Lula; yo, Puebla

Lula

Por Ernesto Samper, Aloizio Mercandante, Cecilia Nicolini y Marco Enríquez-Ominami

Cómo convivir con el disenso, cómo convivir con la derrota, cómo convivir con la tragedia, cómo convivir con la violencia

El triunfo de Lula en Brasil es un nuevo hito de la historia latinoamericana y caribeña que tiene un alto impacto a nivel regional, y contradice la tan difundida idea, solo unos pocos años antes, sobre ese irremediable giro a la derecha que iba a alejar del poder, por décadas, a las fuerzas progresistas.

La derecha perdió en menos de un lustro esa hegemonía y en ese desmoronamiento ha tenido mucho que ver el Grupo de Puebla.

El Grupo nace en julio de 2019, y su historia es la de un grupo de políticos y políticas iberoamericanos que, a diferencia de otros similares en el mundo, decidieron, en el momento más duro para la izquierda latinoamericana en el siglo XXI, articularse a título personal para remar en el bote de la cultura progresista latinoamericana y desde ahí levantar cabeza, contra viento y marea, para volver al poder y proteger a la gente.

Lula es parte de esos remeros y su triunfo del 30 de octubre tiene que ver, y mucho, con este Grupo, porque nuestro horizonte de transformaciones no es la lucha contra el capitalismo, sino que, más bien, contra eso que Martin Luther King llamaba socialismo para ricos, que consiste en usar al Estado para enriquecer a las pocas familias millonarias de siempre. Fue socialismo para ricos lo que hizo Macri hasta que llegó Alberto Fernández –otro miembro del Grupo–; lo que hicieron el PRI y el PAN hasta AMLO; o lo que hicieron y han hecho por siglos la elite brasileña y Bolsonaro, hasta Lula.

La historia del Grupo de Puebla es corta, pero trascendente. Nació en México, específicamente en Puebla –de ahí su nombre–, bastión progresista que, de la mano de Andrés Manuel López Obrador, seguía y sigue en pie. Durante ese primer encuentro el Grupo acordó la creación de una pieza clave en el tablero político contemporáneo: el Consejo Latinoamericano de Justicia y Democracia (CLAJUD). Este Consejo, liderado por Carol Proner, ha reunido a juristas y jueces del más alto nivel que han logrado, primero, demostrar y denunciar el complot que, en diferentes países de la región han llevado a cabo fiscales y medios de comunicación para proscribir a líderes políticos de izquierda (lawfare), y segundo, defender a las víctimas de esos complots, entre otras, precisamente, a Lula, pero también a Evo Morales, a Rafael Correa, a Marco Enríquez-Ominami y a Jorge Glas, y ahora, a Cristina Fernández de Kirchner.

El segundo encuentro se realizó en Buenos Aires, en diciembre de 2019, y con Alberto Fernández ya como presidente electo y líder de la reunión. Durante esta y sus días inmediatamente posteriores, se sucedieron tres hechos dramáticos que marcaron, de nuevo, la historia latinoamericana del siglo XXI. A la par que comenzaban las mesas de trabajo, nos enteramos que Lula había sido liberado. Noticia que recibimos en paralelo a un llamado suyo lleno de cariño y agradecimiento, y que el Grupo recibió con genuina emoción. Luego, durante la última jornada del encuentro, devino el Golpe de Estado contra el Gobierno de Evo Morales, y entonces, las reuniones se transformaron en un torbellino de gestiones diplomáticas por denunciar y frenar el derrumbe de la democracia en Bolivia. Pero lo peor vendría durante los días inmediatamente posteriores al Encuentro, cuando las noticias nos informaban sobre las persecuciones políticas y matanzas que se habían comenzado a perpetrar contra los movimientos de izquierda y, especialmente, en contra de los líderes MASistas.

Entonces, todos los miembros del Grupo de Puebla, encabezados y coordinados por Alberto Fernández, que todavía no había asumido, comenzaron a contactar a todos quienes pudieran ayudar a rescatar al presidente Morales, a su vicepresidente García Linera, a sus ministros y a los demás políticos y políticas que estaban siendo perseguidos y amenazados de muerte. El Grupo de Puebla tuvo un rol destacado en la coordinación diplomática para asilar en la embajada mexicana no solo a los bolivianos, sino que, también, a representantes diplomáticos de otros países con gobiernos de izquierda de la región. Así como el Grupo también jugó un rol fundamental en la coordinación del despegue, aterrizaje, compostaje, y permisos de vuelo del avión mexicano de rescate, que tuvo que enfrentar los impases con el gobierno de Vizcarra, que le impidió repostar en tierras peruanas, con el de Bolsonaro, que le prohibió pasar por el espacio aéreo brasileño y con la notable indiferencia del todavía presidente Mauricio Macri.

Por estos logros, la extrema derecha le ha permitido al Grupo de Puebla desarrollar habilidades estratégicas; lo único cierto, es la voluntad política y capacidad de articulación de sus miembros que, en este caso, permitieron salvar la vida del presidente Evo Morales.

Hoy, Bolivia ha reconstruido su democracia y ahí de nuevo manda el pueblo, a través de su presidente Luis Arce, flamante miembro del Grupo de Puebla. En Brasil ha ganado Lula y con él, la paz y la voluntad de la gente. En ambos hechos históricos, la articulación del Grupo de Puebla y su deseo por cambiarle la vida a la gente, han sido claves.

En Colombia, ha apoyado decididamente la implementación del Acuerdo de Paz con la antigua guerrilla de las Farc y continúa comprometido con el proyecto de Paz Total, propuesto por el presidente Petro y que empieza con la reactivación de las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional – ELN.

El Grupo de Puebla es una innovación en la política internacional, que merece varios litros de tinta, porque es un grupo político sin centro y sin sedes, que funciona con la fuerza de una estampida, pero organizadamente. El Grupo de Puebla es un trueno domado, que ha permitido que se articule la voluntad de poder y de cambio de las diferentes fuerzas progresistas y de izquierdas de Latinoamérica, porque, desde un comienzo, se pensó a sí mismo como lo hacía, en su opuesto, Roque Dalton, que decía que hasta los menos fascistas de los fascistas son fascistas. Nosotros, remedamos al poeta y decimos que, entonces, hasta los menos progresistas de los progresistas, también son progresistas, y por ese sueño transformador es que nos hemos unido, en el disenso.

Como testimonio de este agitado devenir del Grupo, ha identificado consensos fundamentales que han quedado consignados en algunos documentos fundacionales, como el “Manifiesto Progresista” sobre sus ejes articuladores en materia política; la “Agenda para la superación de la pandemia del covid-19”, que diseñó una hoja de ruta para atender la difícil coyuntura; y el más reciente, “Modelo Solidario de Desarrollo”, que se presenta como una alternativa de progreso con justicia social, frente al desacreditado modelo neoliberal, cuyo fracaso puso en movimiento el péndulo social que hoy regresa en manos de la mayoría progresista de gobiernos a la región.

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