Columna | El espejisjo (y II) – por Baltasar Garzón

Baltasar Garzón 3

Escribo estas líneas para quienes lo han vivido, pero lo han olvidado; para aquellos que no lo han conocido y para todos los que escuchan los cantos de sirena de los franquistas. Estoy seguro de que quienes lo tienen presente, estarán muy próximos a mis palabras.
Tras la muerte de Franco, la ultraderecha se encargó de ensangrentar la vida cotidiana, mientras pretendíamos establecer una democracia y una Constitución. Los años de la Transición están plagados de asesinatos de grupos ultraderechistas franquistas que no querían que se acabaran los privilegios y de negocios de venta de niños robados que, iniciado en la postguerra, continuó hasta bien entrados los 80 y aún no sabemos dónde se encuentran.

Durante todos estos años esos grupos o los que les han sucedido, y aquellas personas añorantes de la dictadura, han mantenido el espíritu de Franco en la intención de retornarlo. Pensábamos que eran nostálgicos sin más fundamento. Creíamos que celebraban sus cenas y comidas de conmemoración como viejos conmilitones rememorando sus buenos tiempos, pero resulta que no. Resulta que al calor del PP y con el apoyo de la ultraderecha internacional, se han formado en las artes oscuras del ciberespacio y nutren de bulos y mentiras las redes sociales.

Ya no buscan su electorado entre los estratos de población menos informados, si no que, con una estrategia bien orientada, apuntan a los nuevos votantes. Hace ahora siete años, me impactó el conocimiento de que, en las aulas de Políticas de universidades públicas, hubiera un alto porcentaje de estudiantes que simpatizaban con Vox. Entiendo ahora que estaban haciendo cantera para futuras necesidades.
Vemos ahora cómo resurgen, desplegando todo tipo de maniobras para agredir la Memoria, como la reticencia a la eliminación de los símbolos; la rebeldía de VOX y PP en las comunidades autónomas intentando desarticular la ley y, más lejos aún, agrediendo físicamente las sedes del PSOE.

En esta tesitura, rechazan la resignificación de Cuelgamuros, el empoderamiento de las víctimas y la exigencia a la Justicia para que actúe en el sentido proactivo que marca la ley de Memoria Democrática.
La obligación de los demócratas es, más que nunca, realizar la necesaria pedagogía para que los más jóvenes sepan confrontar con el lado oscuro de las redes de tendencia fascista. Y recordar siempre que los ingredientes de la libertad son la verdad, la justicia, la memoria y la reparación. La libertad se consolida con las garantías de no repetición.

Hace 50 años

Esta semana, en reunión con los amigos, con seguridad hablaremos de como vivimos aquella noche. También, seguro, de la diferencia de conceptos entre lo que los chicos creen pensar ahora y lo que pensábamos nosotros, al menos los que tenían nuestras ideas.
He buscado mis notas. Para mí fue así:

El 20 de noviembre de 1975 yo vivía en Sevilla, con mis padres y hermanos. Estaba en tercero de Derecho. Por las noches, trabajaba en la gasolinera del Cerro del Fantasma en la autopista Sevilla–Cádiz, en Las Cabezas de San Juan. Sustituía el turno nocturno de mi padre y de otro compañero. Así podía estudiar por las noches, cuando no había clientes, e ir a las clases por las mañanas.
Estaba trabajando, de madrugada, cuando me enteré de la muerte de Franco. Eran aproximadamente las 6. Tenía una radio para escuchar las noticias y para que me hiciera compañía.

Ante la noticia, me quedé helado. Recuerdo que esa noche apenas pasó gente. Sí tengo presente a un señor mayor que me dijo que la muerte de aquel era una catástrofe, porque podíamos acabar de nuevo en una guerra. Yo le respondí que sería todo lo contrario, que llegaría la democracia, pero que habría resistencias y represión. Me miró muy sorprendido y me pidió que no dijera eso ante la gente. Le expliqué que era estudiante de Derecho y me deseó buena suerte.

Cuando llegó mi padre, que era un hombre muy reservado, comentó que me veía muy contento. Le dije: “Por fin se ha muerto Franco”. Él me contestó que tuviera prudencia y me fuera a casa.

Como siempre, recorrí los 43 kilómetros que me separaban de Sevilla en el primer coche que se detuvo a repostar. El conductor era un hombre que tendría unos 40 años y empresario, creo. Me preguntó qué me parecía la noticia y yo le dije que se había hecho esperar; él me contó que Franco estaba muerto desde hacía días y que lo habían mantenido en secreto. Como vi que era, al menos, aparentemente, contrario a la dictadura, le dije que estaba bien muerto y que nunca repararía su muerte el daño que había causado en vida a tantos españoles y españolas.

Me bajé en el Prado de San Sebastián, junto a la estatua de El Cid situada frente a la Facultad de Derecho. Nos concentramos un grupo de compañeros con idea de entrar, pero las puertas estaban cerradas, por lo que tendríamos que hacerlo en el Rectorado, pero se presentaron varios coches de policía armada. Los policías se acercaron con cara de pocos amigos, y nos dijeron que allí no hacíamos nada y que nos marcháramos, que no había clases por la muerte de Franco y que no generáramos problemas como los días anteriores. (durante todo 1975, habíamos protagonizado varias manifestaciones y enfrentamientos con los “grises”). Me marché andando a mi casa y aproveché para dormir un poco. Por la tarde, tomé el autobús a las 19.00 horas hasta las Cabezas de San Juan, anduve 5 kilómetros para llegar a la gasolinera y empecé mi turno de noche.

Lo que vi fue calma tensa y muchos corrillos y susurros.

En casa comenté con alegría el fin del dictador y las dudas sobre qué ocurriría. Yo era de los que propugnaban la ruptura. Mamá me dijo que tuviera cuidado con lo que decía. Hoy todavía me lo dice.

50 años han pasado desde aquel 20 de noviembre de 1975. Los de mi generación que tuvimos un protagonismo en las facultades, en los institutos, en las fábricas, en los despachos… peinamos canas y asistimos algo descolocados a este mundo que bajo ningún concepto esperábamos tener después de tanta pelea. ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo hemos permitido que aquellos nostálgicos de la violencia fascista hayan edulcorado su mensaje y hayan conseguido que fórmulas que defiende el genocidio, la gradación de clases y de géneros, el racismo renovado, el odio al diferente, al migrante, que se hayan adueñado de las calles e intenten hacer lo propio con las universidades, los institutos y las escuelas con personajes deleznables como los Vito Quiles, Alvises u otros de similar jaez?

Libertad

¿En qué nirvana hemos vivido los llamados progresistas que no nos hemos dado cuenta de que se nos venía encima la marabunta? La cuestión es si aún estamos a tiempo de remediarlo o, una vez más, las confrontaciones ideológicas, las guerras internas y las luchas de poder nos harán, de nuevo, perder la vida y los derechos ganados.

Está claro que debemos volver, de nuevo, a las barricadas, a dar la batalla ideológica y cultural, quizás estamos condenados a intentarlo una y otra vez como Sísifo por decisión de Zeus (brillantemente relatado por Albert Camús en su Mito de Sísifo) a subir con la piedra de la democracia a la cima de la montaña y tras dejarla en el suelo creyendo que está segura, ver como rueda hasta la base para hundirse en el fascismo, y de nuevo a realizar con rebeldía la misma operación durante toda la eternidad. Debemos ser conscientes que, la democracia no es un reino que se conquista para siempre, y que sus depredadores lo saben y están dispuestos en jauría a acabar con ella, con la libertad y los derechos consolidados. Zeus nos ha condenado a cumplir esta sentencia por no haber sabido defenderlos y por permitir que los beocios hayan tomado la Acrópolis de esos valores universales ocupados en otras veleidades y falsas prioridades.

El admirado y añorado José Antonio Labordeta nos dejó una canción bellísima a modo de himno que deberíamos recordar y aplicar de forma constante:

“Habrá un día en que todos, al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad”.
“Hermano aquí mí mano, será tuya mi frente, y tu gesto de siempre caerá sin levantar huracanes de miedo ante la libertad”.
“Haremos el camino en un mismo trazado, uniendo nuestros hombros para así levantar a aquellos que cayeron gritando libertad”…
“Que sea como un viento que arranque los matojos surgiendo la verdad, y limpie los caminos de siglos de destrozos contra la libertad”.

De nosotros depende.


Baltasar Garzón Real es jurista, miembro de Clajud y autor, entre otros libros, de ‘Los disfraces del fascismo’.

Fuente: Infolibre

Related Posts

Skip to content