📄 Documento de trabajo | Antecedentes y gravedad de la crisis colombo-argentina

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Mauricio Jaramillo Jassir

Profesor de la Universidad del Rosario y miembro del Centro de Estudios Sociales y Políticos (CESP)

Nota: las posiciones expuestas reflejan exclusivamente las del autor y no comprometen las del Grupo de Puebla. 

 

El afán de protagonismo de la ultraderecha es tal que ha decidido fundar una nueva tradición. Hasta hoy, no contábamos con un antecedente de crisis diplomática entre Argentina y Colombia de las características de la actual.

Al tildar de “asesino” a Gustavo Petro, Javier Milei desencadenó la peor tensión binacional en la historia contemporánea de nuestra región. El único hecho que podría guardar similitud ocurrió entre Hugo Chávez y Álvaro Uribe Vélez en 2008 cuando ambos mandatarios intercambiaron descalificativos que dieron al traste con la relación y terminó afectando no sólo las relaciones diplomáticas sino las inversiones, el comercio y condicionando los flujos migratorios.

Argentina y Colombia, aún siendo vecinos, no tienen una relación comercial estrecha, ni los lazos de interdependencia como los que tiene la primera con Brasil o Uruguay o la segunda con Estados Unidos, Ecuador y Perú. No obstante, la coyuntura no deja de ser preocupante y seguramente tendrá implicaciones en el corto y mediano plazo en caso de que el gobierno argentino no envíe una señal de contrición. Esto parece poco probable por el perfil de Milei habituado a este tipo de polémicas que no son otra cosa que distractores.

Los orígenes de la crisis

Como candidato, Javier Milei asumió posturas radicales en materia de política exterior. Anunció que no tendría relaciones con países tildados de “comunistas”, lo que hizo temer por un eventual distanciamiento con la República Popular China, un socio estratégico de enorme valía para el país. Del Papa Francisco dijo que era el “representante del maligno en la tierra” y lo tildó de “imbécil”. Todo ha hecho parte de una retórica contra el progresismo, la izquierda y los derechos humanos (que, paradójicamente, dice defender). En esa misma lógica, ha asegurado que la justicia social es una aberración.

Sin embargo, se pensaba que una vez asumiera sus funciones como presidente hubiese una moderación, algo que en parte ha sucedido con China, una relación que ha optado por preservar a pesar de los anuncios de campaña, y con el Papa, con quien se entrevistó en una charla distendida. Sin embargo, éste no ha sido el caso con su homólogo colombiano, a quien calificó de “asesino” en una entrevista a la cadena CNN con la periodista colombiana Ángela Patricia Janiot (que para sorpresa de muchos, no contrapreguntó ante la afirmación insólita ni hizo mayor comentario).

En respuesta a las declaraciones, Petro tomó la decisión de expulsar al personal diplomático argentino de territorio colombiano. La mayoría de las voces en Colombia salió a respaldar al mandatario, salvo en el caso de la extrema derecha que, como ha ocurrido en el último tiempo, ha buscado capitalizar la crisis diplomática y de forma insólita e injustificada a tomado partido por Milei y ha atribuido a Petro la responsabilidad de la erosión de los lazos con Argentina. Esto confirma que un sector representativo de la oposición colombiana aún no reconoce la victoria de Petro en las urnas en 2022 y este tipo de escándalos les resulta útil. Han hecho hasta lo imposible porque no termine su mandato y por deslegitimarlo.

El ciclo conservador que antecede a Milei

La región venía recomponiendo espacios de concertación regional que, en el pasado reciente, los gobiernos conservadores (2015-2018) habían debilitado presumiendo a su conveniencia que tanto la Celac como Unasur eran organismos al servicio exclusivo del progresismo. En países como Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú, entre otros, hizo carrera la idea de que era necesario el desmonte de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Como si fuera poco la salida precipitada -en algunos casos ilegal- del organismo, un conjunto de administraciones conservadoras procedió a conformar el improvisado Grupo de Lima, acordado en la posesión de Pedro Pablo Kuczynski en Perú y que apoyó las sanciones unilaterales contra Venezuela y con el apoyo expreso de varios gobiernos como el de Duque, Macri y Piñera se mostraron a favor de las salidas a la fuerza de Nicolás Maduro. En esta misma línea se creó el Foro de Progreso del Sur (Prosur) para que dichas administraciones que coincidían a la derecha pudieran concertar acciones al tiempo que debilitaban tanto a Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) como a Unasur. En uno de los peores momentos de esa coyuntura, Jair Bolsonaro elegido en 2018, anunció su retiro de Celac.

Para fortuna de la concertación e integración regionales, el retorno de gobiernos progresistas o al menos de centro izquierda, permitió recuperar los circuitos multilaterales y el diálogo político entre países con distinto color político volvió a ser la regla. En mayo de 2023 y por primera vez en mucho tiempo, las autoridades de los doce países suramericanos se reunieron bajo la convocatoria de Luis Inacio da Silva. Se trató de administraciones con claros desacuerdos en los económico, ambiental y político pero que coincidían en la necesidad de volver a construir región.

 La gravedad de la crisis colombo-argentina

Con la llegada de figuras como Javier Milei, se v corre el riesgo que una derecha reaccionaria vuelva agitar las banderas contrarias a  la integración y la concertación políticas. Al igual que Brasil con Bolsonaro o Colombia con Uribe, Argentina se ha alineado con las posturas de  algunos segmentos conservadores del norte industrializado y se ha alejado de la tradición latinoamericana de respeto irrestricto del derecho internacional, los derechos humanos y el derecho internacional humanitario en la crisis en Gaza. No sólo se ha alejado de la posición de la mayor parte del Sur Global, sino que ha enviado señales expresas de apoyo a Israel en medio de un genocidio que solamente Estados Unidos sigue en disposición de apoyar.

La gravedad de la crisis colombo-argentina no reside tanto en las implicaciones comerciales y diplomáticas como en el antecedente que representa que, una vez más, un gobierno de extrema derecha traslade al plano regional las controversias ideológicas. Esto implicará como ocurrió con las improvisadas iniciativas del Grupo de Lima y Prosur que los proyectos de diálogo político e integración dependerán de la afinidad ideológica entre Estados.

Estamos frente a lo que podría ser el fin de décadas de integración armoniosa entre gobiernos de distinto origen ideológico y político y el inicio de una era de polarización donde sean comunes los insultos y descalificativos. Éstos sirven como distractores en épocas de crisis domesticas como la que ha aquejado a Argentina estos convulsionados meses del gobierno Milei. Esta demagogia reaccionaria ha sido muy rentable electoralmente en Europa donde el fundamentalismo anti-derechos ha avanzado en Alemania, España, Francia y ha logrado llegar al poder en Italia y Países Bajos.

América Latina ha sido una zona hasta ahora, sin mucha trayectoria en los nacionalismos de extrema derecha anti derechos y defensores a ciegas del punitivismo (o populismo punitivo). Milei y su discurso antiprogresista expresado en los insultos a Petro demuestran que se trata de un fenómeno que no debe ser considerado como pasajero y que tiene el potencial para acabar con sistemas que han defendido el Estado de derecho pero que empiezan a torcerlo con tal de perseguir a la izquierda.

Es la amenaza más seria al pluralismo latinoamericano desde la salida de los gobiernos militares.

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